Imagina la escena: un grupo de personas corren por una avenida con cámara en mano fotografiando todo lo que se les atraviese de frente de las formas menos convencionales posibles; fotografían el cielo, el suelo, sus zapatos… ¡lo que sea! Y lo que más llama la atención a los ojos de todo aquel que haya tomado una fotografía-que-quede-bien, es que ninguno de ellos usa la mirilla. Simplemente aprietan el disparador y ríen. ¿Qué es lo que vemos? Una Lomolimpiada en donde sus participantes disparan por placer jugando con la cámara y los objetos del mundo lomotizándolo todo. ¿Lomotizar? Sí, un divertido verbo que se traduce con la frase “No pienses, ¡haz clic!”
¿Y qué demonios es eso de lomo-no-sé-qué? Inútil tarea buscarla en los señores libros de fotografía que parecen inútiles en la era digital: no aparece nada. Ir y preguntar a un fotógrafo da como respuesta –en algunos casos- “un tipo de fotografía de culto”, pero otros más dicen frunciendo la nariz que es una moda absurda que “¡gracias a Dios está muriendo!” Y bien, ¿de qué se trata todo esto?
La lomografía nació hace no mucho. De hecho, fue una de esas cosas que nacieron sin querer, pero gritando tan fuerte que todos voltearon en su momento a ver qué cosa era. En 1991, Matthias Fiegl y Wolfgang Stranzinger, dos estudiantes austriacos como tantos más en Europa, estaban de vacaciones en lo que fue Checoslovaquia y encontraron un botadero de cámaras fotográficas muy económicas, reliquias a sus ojos. Por un precio tan bajo, pensaron que más que utilizarlas como cámaras de verdad, podrían hacer lo que siempre se ha querido hacer con una cámara: jugar sin que importe cómo queden las fotos. Tomaron fotos, siguieron su camino y las vacaciones terminaron. Al volver a casa y revelar sus rollos, descubrieron que aquellas cámaras les habían regalado fotografías maravillosas: colores vívidos e intensos, ajenos a la realidad; viñetas y sombras en imágenes desenfocadas que horrorizarían a cualquier fotógrafo profesional pero que transmitían una energía positiva irrefutable. A todos les parecieron novedosas, originales, frescas y sobre todo, divertidas. El mundo lo exigía y Fiegl y Stranzinger pusieron una tienda para distribuir en Viena las cámaras que tanto fascinaron; antes de lo esperado, todo el mundo quería una de esas camaritas soviéticas.
Las cámaras fotográficas que rescataron del olvido fueron las LOMO LC-A, cámaras distribuidas para el pueblo soviético como imitación a la Minox japonesa. Estas camaritas rusas no sólo eran económicas, automáticas, con buena sensibilidad a la luz porque no necesitan flash sino que también permitían fotografiar con un gran angular medio. En pocas palabras, la LOMO era una cámara sencilla que no requería mucho trabajo para hacerla funcionar… aunque las fotos resultantes fueran “desagradables” según los cánones de la fotografía profesional.
¡Quién diría que fue justo ese “defecto” la que la llevaría a la fama! La lomografía es conocida como una forma de arte pop, urbano, libre y lúdico que enganchó a los jóvenes en los noventa. ¡Todo el mundo quería una LOMO para jugar! Primero apareció la polémica -pero existente- Sociedad Lomográfica en Viena y, después de sus exposiciones en Nueva York y Moscú, sus múltiples embajadas en todo el mundo.
El movimiento lomográfico está vinculado con la espontaneidad, el rompimiento de reglas y la libertad artística para plasmar el mundo real y cotidiano. Por ello, mientras más naturales y divertidas sean las fotografías, serán más cotizadas. Sobra decir que esta forma de expresión plástica atrapó sobre todo a los jóvenes, pero para lomotizar no hay edad, género ni raza; ni escuela con preocupaciones de luz, enfoque y ángulo, ni angustias por el cuidado del revelado y edición: “don’t think, just shoot!” Esta es la libertad que abandera el movimiento lomográfico que puso en alerta a los fotógrafos de escuela.
¿Qué clase de valor podría tener un estilo de fotografía que no tiene reglas? No es retratar, sacar paisajes, fotografías de estudio o en blanco y negro; es lomotizar que es tomar la filosofía de la libertad. Los lomógrafos afirman tener principios plasmados en un decálogo que es bien conocido entre sus practicantes. Las reglas son tan blancas como llevar siempre la cámara consigo (día y noche), fotografiarlo todo sin usar la mirilla, sin pensar mucho y con total rapidez. No sorprende que la décima sea “No te preocupes por ninguna de las reglas” que viene cancelando todo lo anterior. Entonces… ¿estos principios son los que rigen la lomografía? El Dr. Geralt Matt, director de la Kunsthalle, el Museo de Arte Contemporáneo de Viena, dictó una tesis con 95 fundamentos de la lomografía en la inauguración de una mega exposición lomográfica, la WorldLomoWall, en el Trafalgar Square de Londres en el 2007. Esta tesis se divide en apartados (Fundamentos, Vida, Chicos y chicas, Estilo, Analógico/digital, Viaje y Extra) y, para tristeza de los escolásticos, presuponían entradas típicas del movimiento como la de “Si te ves obligado a enterrar tu Lomo en el bosque, recuerda dónde la enterraste” o “En la opera, resiste la tentación de usar tu Lomo. Mejor usa huevos o tomates” o “Saluda a la gente con tu Lomo, no con tu lengua”.
Con este tipo de principios, los fotógrafos de escuela claro que dijeron que la lomografía no era más que un juego y no arte serio. En respuesta, los lomos hicieron más exposiciones en las calles y aplastaron con asistencia e impacto a los opositores. Luego, había que sumarle la verdad de que la mercadotecnia ya había agarrado a los lomógrafos con cámaras nuevísimas –¡y monísimas!- que se lanzaron para satisfacer las exigencias de sus practicantes: cámaras que toman cuatro o nueve fotos en un segundo, lentes con filtros o efectos divertidos, técnicas de revelado que no siguen las formalidades y todo un gran etcétera para hacer más grandes las posibilidades de lomotizar. Todo esto -claro está- con un precio especialmente caro porque -¡válgame señor!- esto es arte y por lo tanto, un lujo.
Los vencidos, agachando la cabeza compraron una Lomo y a veces –a escondidas de sus compañeros o sólo ante unos cuantos privilegiados- la sacan a pasear y pueden reír, pero no tan fuerte. Los otros se enfurecieron todavía más y les bastaba ver una lomografía para comenzar a despotricar despectivos y quejarse de la comercialización enfermiza de los tiempos modernos que beatifica cualquier cosa.
Hasta aquí con el recuento lomogáfico. Es hora de hablar de arte. En estos tiempos, es difícil de definir. Desde que está en voga querer enfrentar lo que alguien más afirma (que es desde que la envidia, los celos y la ambición existen –o sea, desde que el hombre es hombre) nadie parece estar satisfecho con lo que los demás definen. Un valiente dijo “en gustos se rompen géneros” y alguien le contestó “cada cabeza es un mundo” y más allá, uno a quien no le hacían caso dijo “Todo es un problema de comunicación”. Total que hemos estado escuchando una y otra vez el mismo disco de canciones repetidas con arreglos nuevos según el momento y el aventurero que tome el micrófono. Y, debo admitirlo, algunas veces es refrescante escuchar Fly me to the Moon y la Garota de Ipanema en versión lounge, pero… ¿trescientas veces distintas? ¿Creatividad de creativo o creatividad de oportunista?
Crear para motivar el gusto y el placer a través de la perfecta estética con tratados matemáticos y casi divinos fue una grosería para los artistas en favor del arte para destruir, para romper esquemas, para provocar asco y repulsión en el espectador. El objetivo fue hacer que el sujeto sintiese algo más que belleza sublime. ¿Alguno de los dos está equivocado? Un buen crítico de arte diría que no. El arte busca comunicación y eso, lo hace el artista con o sin escuela.
La lomografía es arte que no tiene escuela, es arte en masa, sin maestro, teorías ni críticos especializados con postulados serios. Efectivamente, mueve una gran cantidad de dinero y puede rozar la moda de lo pop-plástico de nuestros tiempos, pero no deja de ser un medio de comunicación. Las lomografías son divertidas; gustan y se quedan en el corazón de sus espectadores. El problema está en su sobreexplotación que es también el problema de nuestros días, donde ya nada es cuidado. Pero -y muy pero-, esa es una de las banderas del arte contemporáneo y la lomografía.
Nunca he estado frente a un muro de 120 metros por dos de alto repleto de lomografías (como pasó en la estación de Atocha en el primer Congreso Lomográfico Mundial en Madrid), pero quizá, me llegue a aturdir un poco ver 60 mil imágenes distintas de golpe. Pero sin duda, no faltaría a un evento así cuando ocurra en mi ciudad.
En busca de la tranquilidad.
Hace 4 días
4 comentarios:
Debo decir que soy un fan de la lomografía; debe ser porque se desarrolló al mismo tiempo que el rock duro y experimental que escuché con tanto gusto en la adolescencia y comparte con él muchas características, la despreocupación, el ludismo, la sobresaturación... ¡el color, el color!...
Un abrazo, desaparecida.
¡Buenísimo!
Gracias, siempre aprendo algo en este blog. Un abrazo.
Mi foto es el encabezado del post! hehe :p
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